miércoles, julio 21, 2010

Pasado aturdido


Es complicado. He decidido escribir un poco en serio, que al fin y al cabo es lo mismo que hablar conmigo misma, y sacarme de encima esta presión que me ahoga. Aunque sea un poco.
¿Total, a quién le importa? Pero llevo, o llevaba, deprimida ya alguna temporada. Y aunque no le importe a nadie, aunque nadie pueda siquiera asomarse a comprenderlo, necesito divagar. Y es que su fantasma, el de ella, me ha estado rondando desde antes de Navidad, y se me aferró aún más fuerte en ésta.

¿Por qué de repente me acuerdo tanto de ella? Como si no hubiera habido otras amigas, otras vivencias, otras catástrofes que recordar. ¿Por qué no antes? Quizá es que últimamente, en estos días, me habré preguntado por ella más a menudo, o que he debido recordarla más. Quizá por hablar de ella, liberándola de la prisión que yo misma le había preparado.

El abandono no era un concepto nuevo para ninguna de las dos. Nos hicimos amigas en la desesperación, y nos aferramos con más fuerza de la que hubiéramos podido imaginar debido a ésta. Desterrada de mi antiguo mundo, ella fue la única amiga que pude tener. Perseguir tu mala estrella en compañía es mejor que hacerlo solo. Y no me refiero a que sea un consuelo de tontos, a que siempre cabría decir “pero ella está peor que yo”; sino a que hacerlo cada una por nuestra cuenta hubiera sido duro, mil veces más duro. Apoyando mi espalda contra la suya, las dos nos manteníamos en pie.

He intentado no pensar en ella desde entonces. He procurado encerrarla en lo más profundo de mi cabeza, bajo capas y capas de otros pensamientos, de otras tristezas. Su carita gris, sus ojitos tristes, sus frases histéricas gritándome que porque siempre me iba sin más, sus frases desesperadas porque no me fuera. Que no la abandonara a su suerte en aquel agujero en que estábamos prisioneras, quise escapar… pero ella no.

Yo la serví de cuenco y gracias a mí, se vació entera, retazo a retazo, mostrando frases que crearon una historia aterradora. Yo sentía su dolor, y cada palabra suya se me abría paso como una aguja de fuego en las entrañas. Saber duele. El dolor ajeno duele. Y aunque no tenía derecho a contarme todo aquello, a llenarme de hiel el alma ya hecha pulpa, nunca me atreví a callarla. Por eso de algún modo ella vive con su historia todavía. Ella nunca me dejará de doler, todas aquellas frases memorizadas a la fuerza como si supiera que algún día yo no estaría con ella para que me las repitiera, como si supiera que no podría contárselo nunca a nadie más.

Ahora si falta ella, y falta alguien que pudiera comprender todas esas cosas que sólo ella comprendía. Después de todo, lo vivimos juntas. Esa huida suicida hacia delante en la que corrimos hasta abrazar nuestros miedos, hasta besarlos, hasta follar con ellos. Ya no quedaba nada que nos cuidara, ni nosotras mismas, sólo ese dolor intenso en las entrañas, ese enredarnos con cualquier otro cuerpo, ese sudor frío que se mezclaba con el de cualquier desconocido. Por necesidad ella, por desesperación yo. Desgastándonos por dentro y terminando de hacernos añicos nosotras mismas el corazón, para que ningún otro pudiera hacerlo más adelante.

Olvidarlo todo, hacer como si ella no hubiera existido nunca. Sus hermosos ojos tristes; aquella chica que pudo ser tanto y a la que la vida se le torció mucho antes de dejar de lado sus juguetes. Me pegué a su vida invisible.
“Porque siempre, en el fondo, late una cuestión de poder. Quien tiene poder habla, a quien tiene poder se le ve, quien no lo tiene se vuelve invisible.”
Y ella fue la más invisible de todos, la menos poderosa, aquella a la que había que mirar dos veces para saber si estaba o no.

A nadie más le importaba, para nadie más existía. Ella lo sabía, a veces lo murmuraba con un susurro de mariposa, sin querer escucharse; y yo sabía que tenía razón. Un padre meloso que se metía en su cama, que la pervirtió de mil maneras antes de que ella tuviera conciencia y fuerzas para resistirse. Y sobre todo la presencia constante de la madre, que no quiso ver, que la volvieron loca y por las que siempre acusó a su hija y nunca al verdadero monstruo. Unos celos desquiciados que la hicieron ver involucraciones, de quién las huía.
Y ella se largó una noche sin avisar a nadie, huyendo hacia esta noche de Madrid que le recordaba, con sus mil lucecitas, que había gente que vivía con su familia, más o menos feliz, en casas calientes. Gente que tenía amor, que tenía perro, que tenía una familia en la que refugiarse si lo deseaba. Gente que tenía unos derechos que a ella se le habían visto siempre negados.

Debió ser indoloro. ¿Qué estaría haciendo en este momento, en quién estaría pensando? Se fue del mundo sin que nada en este se moviera, sin que nadie se percatara. Nadie siente la desaparición de una criatura invisible, no porque no importe sino porque nadie se da cuenta. Salvo yo, que recorrí durante ese año aquel camino de vergüenza junto a ella.

Quizá se lo esperaba y quizá no. Quizá sintió una presencia un segundo antes, quizá sonrió pensando en lo bueno que sería partir. Pero un segundo antes ella todavía estaba. Su invisibilidad, su sonrisa rota, su tabaco siempre a mano, billete de metro y música para aturdirse de si misma. En alguna parte, unos amantes se devoraban, una madre leía un cuento a su hijo, una gata triste lloraba contra su almohada.
Un segundo después, ella volaba lejos.

A veces me pregunto que habrá sido de sus restos. Tal vez, si lo supiera debería ir a verla y llorarle sal encima, como hicimos aquella noche en que desesperadas nos besamos, y abrazamos, y volvimos a besar, escupiendo a un mundo que no nos necesitaba. Tal vez debiera ponerme frente a ella y rogarle que me perdone, porque no tuve otra opción que irme.
Pero me engaño… Es imposible averiguarlo, y mil veces menos posible ahora. Y aunque pudiera, aunque existiera una mínima posibilidad, dudo de que fuera capaz de acumular valor suficiente para enfrentarme a ella.

¿Acaso no son bastante tributo estas ojeras, este no saber que hacer conmigo por las noches, estas lágrimas que parece que nunca acabarán de salir del todo?
Y ya no están. Ni las sonrisas de medio lado, ni el sudor frío, ni los crueles desconocidos, ni su silueta menuda sosteniendo una copa con gracia. Las cosas han cambiado, y todo eso que vivimos sólo puede existir en el mundo invisible de mi memoria, ese mundo invisible del que ella no podría salir nunca más.

Hay personas que nacen condenadas, y yo no puedo cometer la traición última de permitir que se pierda para siempre en el olvido, ya completa y permanentemente invisible, su última transparencia estallando como una pompa de jabón que no deja rastros ni huellas. Y por eso, soy la única que puede y que debe recordarla tal y como ella es de verdad.

4 comentarios:

Ico dijo...

uff cuántas sentimientos, cuántas reflexiones. Entiendo por lo que puedes estar pasando, esa estado de pesadez del alma de no haber hecho lo suficiente por salvarla de sí misma. Esos niños abusados en la infancia difícilmente se recuperan, luego son almas atormentadas, pues han perdido el norte y el sentido de esta vida. Has hablado con el corazón y con mucha poesía.

Siempre dijo...

Nuestra mente no deja personas en el olvido...es bueno leerlo,sentirlo una vez más.Me da seguridad,pierdes el miedo a notar que la gente se va,pensamientos invisibles y hechos aún más.
Agarra fuerte a tus grandes pilares del pasado,aunque con ello ahora toque llevarlos en brazos.Pero líbrate de las cadenas que te hacen ver la puerta pequeña de vivir,la puerta de atrás,la puerta de ese sentimiento que dices que no eres capaz de soltar.

Victoria Dubrovnik dijo...

Son letras desgarradoras, escritas desde las entrañas. Lo que has escrito es duro, extremadamente áspero, pero tan real como la vida misma...

Ahora toca mirar hacia delante, quedarte con lo bueno, con lo que aprendiste al lado de ella, y continuar avanzando...

Abrazo!

Anónimo dijo...

vale, no tengo nada inteligente que decir. A si que me siento aqui y me quedo callada. Pero me sorprendió, definitivamente si has escrito "en serio"